lunes, 23 de febrero de 2009

El piloto

Desde su cabina, Carlos Morello observaba la vasta y celeste llanura, salpicada de vez en cuando por una pequeña mota blanca. En el oeste, hundiéndose entre las montañas, el disco anaranjado de fuego, descendiendo hacia su muerte, para luego resurgir como el Fénix, al día siguiente. El avión continuaba rasgando el aire, de vez en cuando traspasando una solitaria nube. Carlos amaba volar. Como cualquier joven de dieciocho años, preferiría estar preparándose para ir a un boliche, o estar reunido con un grupo de amigos para jugar a la pc o alguna otra consola, vistiéndose con ropas a la moda, conociendo gente. Así era su vida, hasta hacía poco tiempo. Pero la guerra lo había obligado a convertirse en un soldado. En un principio, cuando lo reclutaron, estaba aterrado. Salir de la seguridad de su casa, escapar del seguro encierro, dejar de lado la tecnología para el ocio… Él hubiera preferido seguir con su niñez adolescente unos cuantos años más. Sin embargo, se enamoró de los aviones. No le costó mucho aprender a volar, puesto que estaba acostumbrado a los controles de videojuegos. Y volar… era como escapar de los males de la Tierra, estar fuera de ellos. Sentir un cosquilleo que recorría cada nervio del cuerpo, reconfortando, relajando. El suave siseo que producía la aeronave, era una música relajante, una obra maestra interpretada por el viento, un oboe, una flauta, un clarinete. Había descubierto, junto con el placer de volar, algo que nunca había experimentado en su vida: la reflexión. Acostumbrado al ritmo vertiginoso de la ciudad, del auto a toda marcha, de los horarios ajustados, de pocas horas de sueño, de bailes, fiestas, borracheras, orgías, drogas, videojuegos, mujeres, irresponsabilidad, peleas, televisión, películas y publicidades que martillaban en su cabeza aquello que debía hacer un joven, nunca había reflexionado. Nunca se había preguntado el por qué. ¿Por qué se emborrachaba? No importaba, después de todo, sus amigos lo hacían, cualquier joven normal lo hacía, era divertido, se desinhibía. ¿Por qué tener sexo con cualquier mujer que se cruzara en su camino? Ni pensarlo, era placentero, golosamente gozoso, ¿Quién sería tan estúpido de refrenar un deseo tan natural? ¿Amor? Habría tiempo para eso, quizá, más tarde. La guerra (y el hecho de que él estuviera implicado en ella) había hecho que Carlos madurara repentinamente, como no lo había hecho en dieciocho años. Al ver como él y sus compañeros se preparaban para destruir a otros hombres, otros seres como él, fue cuando su cabeza lanzó, tal como si fuera una blasfemia, su primer por qué. Se sintió algo avergonzado al preguntarse eso.

-Defendemos la Dignidad Nacional, la Paz Mundial, la Supervivencia de la Raza Humana.- Se había dicho, contra argumentando a su parte rebelde.

-¿Defender la Dignidad, mandando a jóvenes a la guerra? ¿Cuidar de la Paz, haciendo Guerra? ¿Asegurar la Supervivencia de la humanidad, matando hombres?- Replicó una parte osada dentro suyo. Carlos se había sentido asustado de tal pensamiento, e intentó callarlo.

- Es lo que dicen los que saben. Soy un joven, ¿Qué puedo saber? ¿Y qué me importan a mí esas cosas? No soy político… - Sin embargo, sentía que esas cosas le importaban cada vez más. El viejo dogma se estaba derrumbando.

-¿Y qué te hace pensar que ellos tiene razón? Si fueran tan sagaces, no estaríamos en Guerra, ¿No?

-¡Basta!- Había gritado. Pensó en consultar al psiquiatra. Era la primera vez que escuchaba esa voz insidiosa. Su primer pensamiento genuino, propio. Dolía, se sentía asustado, enfermo, su cerebro, pensaba él, era como un hervidero de gérmenes malignos que podrían contaminarlo, infectarlo y convertirlo en uno de esos locos que eran diferentes, que leían libros y que vivían una vida austera. Por un tiempo pudo callar a su parte renegada, pero siempre que volaba no lograba refrenarse. El silencio, la soledad, la vastedad del cielo que se extendía como un manto majestuoso sobre su cabeza, tan cercano y a la vez tan inalcanzable, despertaba con toda intensidad esa insoportable voz. Y eso mismo había sucedido esta vez. Él se había puesto a reflexionar. No quiso que fuera así, pero fue más fuerte que él.

-Y me hallo aquí, solo. Aunque siempre estuve solo.- Declaró con osadía la voz.

- ¡Claro que no!- Replicó Carlos.- Tuve muchos amigos, y de los buenos.

- ¡Jajajaja!- Rió la voz con una carcajada muy diferente a la de Carlos- Esos no eran amigos.

- Claro que lo eran.

- Ojos que no ven… ¿Sos así de estúpido? ¿O sólo fingís para no ver la realidad?- Incurrió irrespetuosamente.

- ¡Basta!- Chilló tapándose los oídos. Se sacó su casco de piloto.

- Vamos, sólo estaban con vos porque tenías algo que ofrecer. Una buena consola de videojuegos, y tenías un grupo de “amigos” asegurado en tu casa. Pero ¿Qué hay de los momentos en que estabas mal? ¿Alguno de ellos se acercó a vos?

- No…- Musitó quedamente Carlos.

- Por supuesto que no. Es aburrido escuchar a Carlos quejarse de su vida, soportarlo derramando lágrimas, aconsejarlo para que intente salir de su depresión. Para ellos era mejor visitarlo cuando se sobrepusiera, o al menos cuando fingiera estar bien, de modo que pudieran jugar con sus consolas nuevas. ¡Imbécil! Te dejaste usar, para sentir que tenías amigos, que había gente que te quería…- Declaró la voz con insolencia. Unas frías lágrimas se deslizaron por las mejillas del piloto. Este se quedó observando en silencio el cielo, cada vez más rojizo. Algo nuevo que había aprendido desde que fuera reclutado: a admirar la naturaleza. Nunca antes había escrutado el cielo, y de repente halló en él una belleza tan enorme y sobrecogedora que superaba cualquier espectáculo que ofreciera la televisión. Sin embargo, nunca antes había reparado en esa inmensidad celeste. Había olvidado completamente que estaba en la cabina, que piloteaba un avión, que se hallaba a miles de metros de altura. La charla consigo mismo lo abstraía por completo a un mundo nuevo, que nunca antes había experimentado. Desesperadamente buscaba algo con que darle en las narices a esa voz molesta, hasta que dio con lo que buscaba.

- Puede ser que no haya tenido amigos… Pero después de todo, ¿Quién los necesita? Sin embargo, tuve mujeres, y eso no me lo puede negar nadie. Soy una persona atractiva y con carisma, y muchas hermosas jovencitas se rindieron ante mis encantos.

- ¿Estás seguro?- Preguntó con sorna el pensamiento.

-Sabés tan bien como yo, que es así.

- Sí, así es.

- ¿Ves? No tenés nada para decir, ¿No?

- Tuviste mujeres, es cierto… En teoría, tuviste mujeres.- Respondió con una calma irónica

- ¿En teoría?

- Como oíste. Lo único que hiciste fue atraer mujeres, besarlas, acariciarlas, tener sexo con ellas, usarlas… y ellas hicieron otro tanto con vos.

- Y bien, tuve mujeres entonces. Eso es tener mujeres, precisamente.

- No lo es, amigo. Las usaste como un objeto, como un medio de satisfacerte, y ellas a vos.

- Qué más da… Fueron mías.- Respondió Carlos con sequedad.

- No. ¿Acaso pensás que les importabas un comino? ¿Qué fuiste el primero que las tocó? Eran tan tuyas como del muchacho con el que habían estado la noche anterior. Eran baños públicos, como vos. Uno entra para hacer sus necesidades, y una vez hechas, se va sin más.

- Aunque sea por esa noche fueron mías…- Replicó Carlos comenzando a fastidiarse.

- Nunca tuviste una mujer, estoy seguro. Nunca amaste, ni nunca una mujer te amó. Lo máximo que llegaste a hacer fue satisfacer tus deseos carnales, y con alguien que apenas conocías. Fuiste superficial y desenfrenado. Nunca te sentaste a buscar una mujer de verdad, siempre te acercaste a ellas por un interés físico… y a las que no cumplían con tus estándares, las desechabas.

- Y bien, fui feliz así. – Nuevamente, el pensamiento soltó esas carcajadas tan irritantes–

- De mucho no te sirvió, ¿No? Estás acá, sólo. Quizá nunca vuelvas de la Guerra, y lo único que queda en tu recuerdo es un puñado de muchachas con las que tuviste relaciones (pues sos virgen aún, en el campo de hacer el amor). Sin embargo, si morís, ¿Acaso alguna de ellas va a llorar? ¿Va a llorar alguien por vos? – Este nuevo pensamiento arrastró a Carlos hacia una nueva oleada de lágrimas. ¿Quién podía llorar por alguien como él, por una vaga, fantasmática presencia, que era una réplica de muchos otros? Nunca había dado amor. Nunca lo había recibido. Nunca había sido solidario. Nunca había tenido principios. Nunca hecho algo bello. Nunca había hecho algo propiamente humano.
Un lejano bip sonó, en alguna parte, lejos, a la vez cerca. Carlos no prestó atención, su cabeza buscaba desesperadamente un argumento.

- Tuve muchas cosas materiales- Dijo al fin.

- Vamos, intentá con algo mejor. ¿Acaso pudo el dinero comprar felicidad en los momentos de soledad? ¿Acaso obtuviste algún beneficio?- ¡Bip! El cerebro de Carlos carburaba como nunca lo había hecho antes. Estaba empapado en un sudor frío, y tenía la cabeza afiebrada.

- Me emborraché muchas veces y me drogué- ¡Bip!

- Ni me esforzaré en rebatir esos argumentos…- ¡Bip!

- Tuve muchos placeres…- Replicó casi sin aire. ¡Bip!

- Placeres físicos, pero ninguno espiritual.- Refutó la voz. ¡Bip!

- ¡Pará por favor!- ¡Bip!

- Nunca.- ¡Bip!- Diste- ¡Bip!- Un- ¡Bip!- Alto- ¡Bip!- A todo- ¡Bip!- Esto.- ¡Bip!- Replicó el pensamiento, impertérrito. Carlos se golpeó la cabeza, pero no logró nada. Con sus manos se apretó los ojos con fuerza. Nuevamente todo fue silencio, excepto por el lejano chillido, cada vez más repetitivo. La sinfonía del viento parecía estar aminorando. Carlos volvió a estar en la cabina de su avión de combate. Un led rojo titilaba incansablemente sobre un cartel que decía “Combustible”. La velocidad iba en descenso.

- Viví la vida…- Intentó defenderse cansinamente de la voz.

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

- ¿Viviste? Te dejaste arrastrar.

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

- Disfruté…

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

- Pasaste al vicio…

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

- Hice lo que todo joven haría…- Nuevas alarmas comenzaron a sonar, como un enjambre de abejas furiosas.

¡Bip! ¡Trin! ¡Tuut! ¡Tzzz! ¡Duuu!

- Fuiste una marioneta…

¡Bip! ¡Trin! ¡Tuut! ¡Tzzz! ¡Duuu! El avión se hallaba a 90°, en descenso. Carlos disfrutaba del paisaje: el sol, invisible detrás de Los Andes. Como única evidencia de que se hallaba allí, un fulgor anaranjado, que teñía al cielo cada vez más oscuro.

-Al final…

¡Bip! ¡Trin! ¡Tuut! ¡Tzzz! ¡Duuu!

- Lo único que pude pilotear…

¡Bip! ¡Trin! ¡Tuut! ¡Tzzz! ¡Duuu!

- Fue un avión…

¡Bip! ¡Trin! ¡Tuut! ¡Tzzz! ¡Duuu!

¡Pum!

sábado, 14 de febrero de 2009

La superación personal y la degradación colectiva: El "progreso" de la humanidad

Es natural ver hoy día como algo común la búsqueda de la constante superación de uno mismo. Y es cierto que en buena medida, implica un persistente aumento de profesionales, y a su vez, de profesionales de profesionales. Ya no es suficiente el título secundario, y el título universitario parece estar quedando corto. La superación, por consiguiente, se tarda muchos años en conseguir, y una vez obtenida, no es suficiente, puesto que uno debe constantemente competir por el trabajo y mantenerse al día. Ahora bien, en este punto, es donde radica el problema. Mientras buscamos nuestro crecimiento a nivel personal, nos olvidamos de lo que está fuera. En el afán de la evolución individual, cancelamos por completo a los otros. Y de esta forma, nos preocupamos solo por nosotros, reduciendo nuestro universo a lo básico y esencial: Uno mismo. Esto sin duda debilita los lazos colectivos, deteriorando la solidaridad y la ayuda mutua, que deberían ser pilares en toda sociedad. En la individualidad, no somos nada. ¿De qué sirve tan sólo una persona que done 200 pesos al mes a un organismo de caridad? Es más útil que, aunque donen un peso cada una, lo hagan 1 millón. ¿Qúé logrará una persona manifestándose? No mucho. Pero un millón pueden mover la opinión pública, dar a conocer sus ideas.
Si hay un mundo que necesita de la fortaleza de los lazos sociales, de la búsqueda del "bien común", es el de hoy. No pienso que la superación individual sea algo negativo: sólo que a veces nos hace demasiado insensibles y egoístas, y nos encierra en un mundo tan pequeño como nosotros mismos.